Exactamente tuve una semana de vacaciones: del 26 de julio al 03 de agosto. Una vez que me tocó despertarme junto a la alarma del despertador el lunes 04 de agosto, la pesadilla no paro hasta el viernes último que pasó.
Diecinueve días. Los diecinueve días completos más detestables de mi vida hasta ahora.
Me puse mal, mis plazos se acababan poco a poco... Todo lo hacía a última hora, escribí como mierda, leí como mierda.
Estaba mal en todo el sentido de la palabra. No comía por hacer mis pendientes, no dormía lo necesario para soportar el día siguiente; nada estaba bien.
Tenía pesadillas. Dormía alrededor de cuatro, tres, dos horas al día y la misericordia de Orfeo se ausentaba en mí porque el poco tiempo que tenia para descansar me torturaba con imágenes desagradables durante mis sueños. Luego tenía que recuperar las horas no completadas de sueño durmiendo en la biblioteca o en el bus de regreso a casa.
Tan triste, tan desganada, tan ojerosa, tan cansada, hecha una mierda.
La inspiración de cada día me abandonó... Nada salía de mí, nada. Se había ido.
Me dieron ganas de coger mi mochila y largarme.
¿Y si boto todo al carajo?
Sentía pena por mí misma porque me encontraba sola en todo. Nadie estaba enterado de por lo que estaba pasando. Nadie debía saberlo.
Siempre quise que se sintieran orgullosos de mí. Pero resultó ser muy difícil.
Tengo más temores que antes. Mis miedos vagan a mi alrededor, ya no desaparecen.
Estoy sola y debo continuar a pesar que yo solo quiero descansar.
Esas ganas de volver el tiempo atrás, allá donde nada de lo que hacía traía consecuencias y por ende podía pasar todas las tardes en mi mundito de pacotilla. Y nadie me reprocharía nada.
Eso básicamente.
¡A dormir!
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