¡Qué injusticia!
Por años me he tratado de convencer que todo lo que he hecho estuvo mal y a la vez estuvo bien; estuvo bien y a la vez estuvo mal. En otras palabras, nada importaba.
Y qué si piensan cosas malas sobre mí, y qué si tienen el mejor concepto de mí, y qué si no les importo una maldita mierda, y qué si soy el mundo para ellos. Nada. No se sentía nada especial aquí dentro.
Dime, ¿es acaso no materia de preocupación el sentirme a gusto estando a solas? ¿Está bien desear no salir jamás de aquí? ¿Es correcto querer encerrar mis sentimientos de esta manera? ¿Es sano siquiera no ver más la luz?
Quiero ahogarme con la boca tapada, con los ojos cerrados, con la cabeza agachada y los brazos extendidos. Pero sin desaparecer de vista. Tengo miedo, pues, de que me pierdan de vista. No puedo vivir del todo libre de la masa como quisiera, pero tampoco quiero sentir la seguridad de que nadie me observa y cuida mis pasos. En resumen, me he fallado.
Si no puedo vivir lejos de lo que me hace infeliz, es una buena señal. Me mantiene viva, me mantiene despierta, me mantiene preparada para correr en caso deba hacerlo. En caso necesite huir, pues sabré que siempre estarán ahí. Y necesitaré correr con todas mis fuerzas algún día. Lejos. Tan lejos tan solo para superarlos por kilómetros. Ir adelante de ellos siempre y no sentirlos tan cerca.
Quiero ser especial por mi cuenta.
No me digas nada.
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